La siesta es “un sueño corto que tiene como objetivo reponer energías”. Así lo explica la jefa de Neurofisiología del Hospital Universitario del Vinalopó, Nohemí Rodríguez. El fin de semana pasado cambió la hora y, con la llegada del invierno y este cambio, las horas de luz se reducen considerablemente por la tarde. ¿Produce más somnolencia esta estación del año? ¿Necesitamos descansar un poco a mediodía para seguir con las tareas de la tarde? En esta entrada al blog de salud del grupo Ribera te contamos los beneficios de una siesta corta, de un descanso breve después de comer, y cómo hacerlo de manera adecuada.
Son varios los beneficios de un descanso breve para adultos sanos y entre ellos, los especialistas del grupo sanitario Ribera destacan los siguientes:
- Mejora la digestión y el metabolismo: dormir después de almorzar promueve una mejor digestión. Nuestro cuerpo se relaja y se centra en la digestión de los alimentos. Sin embargo, comer y acostarse enseguida no es una buena idea, hace que el reflujo aumente y ocasiona acidez gástrica.
- Aumenta la energía y mejora el rendimiento: Después de un almuerzo abundante, las personas pueden sentirse pesadas y con menos energía, una siesta de alrededor de 20 minutos puede revertir esa sensación de fatiga y aumentar los niveles de energía.
- Reduce el estrés y mejora el estado de ánimo: el cuerpo, durante la siesta, produce endorfinas, las “hormonas de la felicidad”, que generan un estado de bienestar lo que mejora el humor y el ánimo de las personas.
- Mejor desempeño del trabajo: un adecuado descanso facilita un tiempo de reacción más rápido y más agudeza en el desempeño del trabajo o la rutina diaria.
- Mejora la memoria y el aprendizaje: Algunos estudios sugieren que la siesta puede tener un efecto positivo en la memoria y el aprendizaje, ya que durante el sueño se consolidan ciertas memorias y se favorece el proceso de aprendizaje.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que tal y como explica la doctora Nohemí Rodríguez, “el patrón de sueño no es igual para todas las edades de la vida y las características del sueño cambian”. “Los recién nacidos duermen unas 16 horas diarias y durante el primer año de vida se produce una disminución progresiva del número de horas de sueño, hasta llegar a la adolescencia. A partir de ahí, el número de horas que dormimos se mantiene igual hasta llegar al envejecimiento, que es cuando el número de horas de sueño suele disminuir otra vez”, explica.